26 julio 2009

La muerte del Tío Tito (y su funky pañuelo morado)

Este fin de semana pasaron un par cosas importantes: de ambas puedo decir que probablemente no las volveré a vivir (o al menos, de una de ellas, así espero que sea).
Pero sólo me referiré a una en particular. Y consiste en que hoy presencié directamente la muerte de una persona, mi tío abuelo, el Tío Tito.
La vez anterior que viajé a Rancagua ya estaba enfermo: incluso aquella vez que lo vi, como hace dos semanas, fue chocante verlo en cama y conciente a ratos. Tenía el impulso de levantar la cabeza, reconocernos, mirarnos a todos: se tocaba la cara con la palma de la mano, y en ciertos momentos,dándose cuenta de la situación, tendía a esbozar una sonrisa, y murmurar "puta la wea..." como queriendo decir, 'miren en las que vine a quedar.' El preámbulo de eso, fue algo así: Tuvo una tos, fue al médico, le tomaron unas radiografías, y el cáncer ya estaba metastásico. La tía abuela no quiso decirle.Fue empeorando, y ya no se levantaba. En una semana pasó de estar plenamente activo a postrado semi-conciente.
Y eso me remonta, como el inicio de mi historia, al día de hoy. Mi mamá quiso que pasaramos a verlo, un poco a despedirnos, porque estaba mal. Así que aproximadamente a las 4 llegamos a su casa. Cuando lo vi, tuve un pequeño impacto. Estaba casi irreconocible. Plomizo, en los huesos. Respiraba con dificultad y tenía la mirada ida. La señora que lo cuidaba decía que ya estaba inconciente. Estuve un rato con mi familia ahí, mirándolo, y mi mamá era la única que atinaba a hacer algo. Después de un rato, decidí ir al living, porque no tenía mucho sentido estar ahí, en silencio, simplemente mirándolo; además, había mucha gente.
Así que me fui a sentar al living; el sol entraba por la ventana y yo tenía sueño. Intentaba sin mucho éxito no quedarme dormida, con el silencio de la casa y la modorra de una tarde de domingo. Así que decidí ir a la pieza donde estaba mi tío, nuevamente. Y esto fue extraño, muy extraño. Llegué al borde de su cama: lo escuché respirar con dificultad, y luego de eso, ya no respiró nuevamente. La gente que estaba en la pieza, y yo, que recién había llegado, nos quedamos paralizados por unos segundos. Luego nos miramos de reojo entre todos, pero nadie lo decía (se murió?). Así que, un poco nerviosos, tratábamos de ver si tenía pulso. Le tomé la muñeca, y luego lo comprobé en el cuello. Yo decía que no. Mi hermana decía que sí, pero muy leve. La señora que lo cuidaba se supone que sabía más (no sé si era enfermera). Y dijo que no. La tía abuela no estuvo presente en ese momento. Llegó a la pieza. Y no fue necesario decirle nada, era todo confuso pero, por alguna razón, había una especie de apuro. Así que había que vestirlo, avisar al médico, a la familia, todo eso. Pero no sabíamos con certeza si estaba efectivamente muerto o no. Unos pocos minutos bastaron para despejar toda la duda. Yo salí de la pieza en ese momento, porque si no iba a ayudar a vestirlo (aparentemente era su deseo que lo vistieran con su antiguo uniforme de gendarmería), no tenía para que estar ahí.
En el living nuevamente, era poco lo que podía hacer. La tía abuela, nerviosa, marcando los números en el teléfono, hablando con un hilo de voz. Mi papá dándose vueltas, el resto en la pieza. Después de un buen rato, volví. Ya estaba vestido, nadando en su uniforme. Le habían puesto una toalla morada para sostenerle la mandíbula. Primero pensé que había sido efecto de las luces que habían prendido, pero no; en cosa de minutos, su semblante y manos pasaron de estar plomizas a amarillas. Y ahí, sólo ahí, me di cuenta que estaba muerto: y que tenía que "despedirme" porque no iba a poder quedarme al funeral, ni nada, porque de hecho, ya tenía el pasaje comprado para devolverme a Santiago y estábamos contra el tiempo. Así que, ya, no recuerdo quien estaba presente en ese momento preciso, le dije: "Chao, tío. Esto fue extraño, muy extraño". Sí, mi hermana estaba ahí también. Le pasó la mano por los párpados, porque parece que no le habían quedado muy cerrados. Y ya estábamos casi en la puerta de la pieza, a punto de salir: lo miré por última vez, y se veía tan raro, con su uniforme y la toalla morada en la cabeza. No sé en qué diablos habré estado pensando, pero le dije a mi hermana: "el tío y su pañuelo morado". No preví el efecto que iba a causar; a las dos nos dio risa. En algún momento de lucidez, no dejé que la risa me invadiera, y huí, en la mala ondita, dejando a mi hermana sola riéndose en la pieza. Si me quedaba ahí, ninguna de las dos se hubiera podido controlar. Aunque a ella le costó más, porque yo ya había salido de la casa y ella salió varios minutos después. Luego me contó que tuvo que encerrarse en el baño y esperar que se le pasara la risa. Nos fuimos en el auto, entre medio riéndonos por la estupidez que dije, en shock porque no esperábamos haber estado presentes en el momento que murió; y supongo también, algo confundidos,había tantas cosas de distinta índole que hacer. Pero sobretodo, valorando también de cierta manera el hecho que el tío haya muerto relativamente rápido, esperamos indoloramente, porque para mí al menos, no sirve prolongar "la vida" sólo para extender un sufrimiento, y lo inevitable: la muerte.

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